jueves, 13 de febrero de 2014

Omar Ibn Abdel Aziz

Omar Ibn Abdel Aziz Ibn Abdel Malik Ibn Marawan Ibn Alhakam Ibn Abi Alas Ibn Umayah Ibn Abde Shams Ibn abd Manaf, nació el año 61 a.h.
Su tatarabuelo Omar Ibn Aljat-tab, siendo jefe del estado musulmán, se acostumbraba a caminar por Medina para enterarse de lo que sucedía en la ciudad. Quería ver con sus propios ojos que no había hambrientos, ni necesitados. Una noche, cansado de tanto caminar se apoyó en una pared y a sus oídos llegaron las siguientes palabras a modo de diálogo entre una madre y una hija:
-Madre: la leche que tenemos no es suficiente, mézclala con agua para rendir más.
-Hija: ¿cómo lo puedo hacer si el Príncipe de los creyentes- se refiere a Omar ibn Aljat-tab- lo ha prohibido?
-Madre: hazlo puesto que el príncipe de los creyentes no nos ve.
-Hija: si él no nos ve, Allah sí nos ve.
Omar Ibn Aljat-tab se contentó e inmediatamente se dirigió a su casa. Habló con su hijo llamado Asim aconsejándole contraer matrimonio con la doncella del dialogo y le dijo: vete y cásate con ella, veo a una muchacha bendita, quien sabe, tal vez nazca fruto de este matrimonio un hombre con cualidades de líder árabe.
Efectivamente se casó Asim con ella y producto de este casamiento nació Laila que más tarde se casaría con Abdel Aziz Ibn Marwan y de este último matrimonió nacería Omar Ibn Abdel Aziz.
Omar Ibn Abdel Aziz nació en el seno de una familia rica, vivía cómodamente en un palacio de HILWAN en las afueras del Cairo y disfrutaba de la prosperidad y riqueza de su padre.
Con el andar del tiempo, se convirtió en un joven, lozano, hermoso, de tez blanca y se preocupaba por su cabello que le llegaba hasta la altura de los hombros.
Poseía al caminar un modo propio que reflejaba cierta jactancia y vanidad y que fue conocido por la caminata omarí. Se perfumaba y el aroma emanado de él se sentía a leguas y leguas de distancia. Al anillo que adornaba su dedo lo hacía llenarse de ámbar y como Omar no había otro igual en su época. Se compraba ropa muy cara y por día cambiaba lo que vestía dos veces. La ropa que usaba un día nunca más la volvía a usar. La hacía demasiado larga que a veces se arrastraba tras suyo – a saber esto es muestra de orgullo y vanidad entre los árabes, algo que el Islam prohibió tajantemente. Al caminar se veía como un pavo real.
Al viajar, su caravana contaba con cuarenta camellos cargados de los manjares más deliciosos de comida y bebida y también de libros.
Cuando joven Omar Ibn Abdel Aziz abandonó Egipto en dirección a Medina, cuna del saber islámico y la cultura, para estudiar a manos del mejor sabio de la época, Salih Ibn Kisan escogido por su padre para educarle e instruirle. En cierta oportunidad, llegó Omar Ibn Abdel Aziz tarde a la oración en la Mezquita del Profeta. Su maestro y educador al consultarle por el motivo de la tardanza, le contestó que la mujer que le peinaba se había demorado en ello. Furioso el hombre de la actitud del discípulo, le contestó: das importancia a esto y tardas la oración. De inmediato, el hombre escribió a su padre, puesto que el compromiso entre ambos, educador y padre, consistía en la entrega de información sobre el hijo cuantas veces fuese necesario. El padre, por su parte, ordenó al hijo cortarse el cabello por completo.
En su juventud, Omar Ibn Abdel Aziz le gustaba la poesía y el canto.
Omar Ibn Abdel Aziz asumió el emirato de Medina durante la época de Alwalid Ibn Abdel Malik. Comienzó a hacer lo que cuarenta años atrás hacía su abuelo Omar Ibn Aljat-tab. Circulaba por las noches para ver si había necesitados. Poco a poco, el hombre se consagraba al servicio de la fe. Dejaba de interesarse por la música y el canto e invitaba a los sabios y memorizadores del Corán para hacerle compañía.
A los veinticinco Alwalid Ibn Abdel Malik, le extiende el cargo para cubrir junto al emirato de Medina a Meca y At-taif.
La primera iniciativa que hizo fue establecer un consejo consultivo que contaba con diez sabios y que no tomaba ninguna decisión sin la consulta de los mismos. Al mismo tiempo nombró al cadi Abu Baker Ibn Hazim un hombre de profunda fe como cadi de Medina. Apenas asumió el nuevo cargo, Omar Ibn Abdel Aziz desencarceló a los opositores de su antecesor y el hombre cada día se veía con los virtuosos y religiosos y no con los ricos y poderosos.
Cuando Alwalid Ibn Abdel Malik quiso ampliar la Mezquita del profeta Muhammad, en Medina, agregando a la misma los aposentos de las esposas del profeta y comprando de los vecinos de la mezquita sus propiedades y así la Mezquita se ensancharía más, envió una misiva a Omar para ejecutar las órdenes del Califa. Omar, por su parte, juntó a su consejo consultivo para deliberar sobre el asunto. La decisión fue el rechazo de la iniciativa del Califa puesto que los aposentos del Profeta construidos de suma modestia acrecentaban la fe de las personas y aumentaban en la gente el deseo de la abstinencia de la vida mundanal. Desgraciadamente, el califa hizo caso omiso de la respuesta del emir y más aún le sacó de su cargo.
Lo que se puede rescatar de eso es la postura de Omar ante una orden emanada del Califa. El emir de Medina no acató a ciegas lo que el califa ordenaba, sino cuestionó y dio su opinión tras la consulta de los sabios. Era algo inaudito para la época y para el régimen establecido. Sus antecesores no cuestionaban sino que aplicaban sin consultar a nadie.
Con el andar del tiempo, Sulaimán Ibn Abdel Malik siendo califa de los musulmanes, nombró a Omar su sucesor. Omar, al llegar el momento de asumir el cargo de califa de los musulmanes, subió al MINBAR, púlpito, y dijo: ¡gente!, oíd, he sido nombrado en el puesto sin vuestra consulta. Renuncio a este cargo hasta que decidáis sobre el caso. Todo el mundo elevó la voz confirmando a Omar Ibn Abdel Aziz como califa.
Al asumir su nuevo cargo, comenzó una etapa que reflejaba su modestia y su lejanía total de la pomposidad.
Se sentaba sobre un estera cualquiera entre la gente y dejó el trono de sus antepasados.
Un día, un musulmán le llamaba diciéndole: ¡Eh califa de Allah en la tierra! Omar respondió al hombre: cállate. No soy tal, me llamo Omar y nada más que ello. La gente más tarde me apodaba Abu AlHafs, y cuando asumí el cargo me llamaba el emir de los creyentes, puedes usar cualquier nombre de éstos, pero califa de Allah en la tierra, no lo soy. Este nombre es propio del Profeta David puesto que Allah mismo lo llamó como tal en el Corán.
La modestia de Omar comenzó a aflorar. Dejó el poder y se acercó más a la gente. Apenas asumió el cargo, donó lo fortuna que poseía y que era cuarenta mil dinares a la tesorería musulmana, incluso el anillo que Alwalid le había obsequiado lo dejó para el tesoro musulmán.
Para trabajar Omar prendía una especie de vela de la época y apenas terminaba la apagaba. Era un caso sorprendente en comparación con los omeyas anteriores a él. Eliminó los tributos que los no musulmanes pagaban diciendo: Muhammad ha sido enviado clemencia de la humanidad y no cobrador de impuestos.
Ordenaba a los emires que no destruyeran iglesias ni templo alguno. Les instruía diciéndoles: que a nadie le faltase casa, muebles en su hogar y un caballo para luchar en aras de Allah y si existiese a alguien con deudas, pues que pagasen por él.
En cierta oportunidad, Omar le apetecía comer una manzana, alguien le dio la Manzana, Omar, rechazó, le comentaron que el Profeta había aceptado el regalo, contestó: para él era regalo, pero para mí es soborno.
Omar fue quien ordenó la recopilación de los hadices del Profeta (S.A.W.) Asimismo prohibió el insulto de ALILBAIT, los familiares del Profeta (S.A.W.) desde el púlpito, como era la costumbre de los omeyas. En lugar de los insultos, ordenó a los imames recitar esta aleya coránica que hasta hoy se escucha en todas las mezquitas:
Por cierto que Dios ordena a los humanos actuar de acuerdo a la justicia en sus dichos, procurando lo mejor en cualquier objetivo, y ordena dar a los parientes lo que necesitan y veda cometer los pecados, principalmente las obscenidades que vedan todas las leyes divinas y repugnan las mentes sanas, y ser inicuos con los demás o agredirles. Con todo ello, Dios os amonesta y os encamina hacia lo mejor de vuestras cosas y así os exhorta a reflexionar acerca de sus gracias y de su orientación a fin de que le obedezcáis. (16: 90)
Su preocupación cubrió los animales, porque se enteró que en Egipto la gente cargaba a sus camellos más de lo normal, cargaban sobre sus animales mil arreldes, Omar ordenó a su emir de Egipto que no cargaran más que seiscientos arreldes.
Durante su mandato, el estado musulmán vivió una prosperidad sin igual. Había mucho dinero, la gente circulaba por las calles llamando a los que tenían deudas, a los pobres y necesitados, incluso a los que querían casarse para entregarles dinero. Para cada enfermo, Omar les designó a un sirviente y a cada ciego, a alguien que le guiara al caminar.
A lo largo de veintinueve meses que duró su mandato, Omar junto a su esposa Fatima vivieron una abstinencia total. Vivieron alejados totalmente del lujo que habitualmente acompaña el poder.
A la hora de su muerte, llamó a su esposa y a sus doce hijos y les dijo: vuestro padre tenía que elegir entre dos asuntos: que fueseis ricos y que él fuera de los del infierno o que fuereis pobres y él, de los del paraíso y vuestro padre ha elegido esta segunda opción. Luego cerró sus ojos y se despidió de este mundo.